Por Silvana Brustia Caperchione
Un lunes donde la puntualidad también juega dentro de lo que es un espectáculo moderno
Campo VIP, luces bajas, y una multitud expectante. Son las 21:00 en punto del 11 de agosto cuando Manuel Turizo pisa el escenario del Antel Arena y, como si fuera un reloj suizo, da inicio a un show que rompería con varios esquemas.
Nada de demoras, nada de eternas presentaciones: música, energía y una estética calculada al detalle.
Vestido con un pantalón gris ancho y brillante, chaqueta a juego y camisa blanca, Turizo se movía entre el papel de ídolo pop y cómplice del público.
Entre sorbo y sorbo, -sí, también hubo alcohol en escena-, dejó en claro que su show no es solo para escuchar, sino para mirar: un cuerpo de baile de precisión perfecta, fondos visuales en constante cambio, juegos de luces y una escenografía que convertía cada canción en un pequeño universo visual.
El repertorio navegó entre sus grandes éxitos y temas menos conocidos para los uruguayos, siempre con letras cargadas de amores que duelen, desamores que marcan y relaciones que no funcionan.
“Mala costumbre” encendió a todos, mientras otras joyas hicieron cantar incluso a quienes vinieron desde Colombia solo para verlo. Hubo agradecimientos a Montevideo, a Uruguay, y a ese público que llenó un lunes a la noche el Antel Arena.
Y si el inicio fue puntual, el final no se quedó atrás. A las 23:00 exactas, con el tema «El Merengue» sonando y un juego de luces, la pantalla gigante se tiñó de rojo para concluir con un simple y definitivo “The End”.
Nada de bises, nada de salir y volver: un cierre claro, casi cinematográfico, que dejó a todos con esa mezcla de satisfacción y sorpresa.
Un recital redondo, pensado al milímetro, en el que Manuel Turizo mostró que se puede conquistar a un público con puntualidad, espectáculo y un concepto propio de cómo debe vivirse la música.